Enteógenos en la nueva constitución

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por Rodrigo Cáceres

El pasado 24 de Agosto, el instituto Triagrama se presentó ante la Comisión de Derechos Humanos de la Convención Constituyente para discutir un tema que hasta entonces no había sido puesto sobre la mesa: el de las sustancias enteógenas y la dimensión espiritual del ser humano. 'Enteógenos' es una denominación alternativa a la más conocida de 'psicodélicos' tales como la ayahuasca, los hongos mágicos y el peyote, pero que reconoce que estas sustancias nos ponen en contacto con una dimensión divina, mística o trascendente (en-theo: lleno de dios). 

A pesar de que las sustancias enteógenas parecen representar un tema de carácter específico, las cuestiones que evocan resultan ser sumamente profundas, dado que desde la apreciación de Triagrama implican cuestionarnos tanto sobre la naturaleza del ser humano así como el rol que tienen los seres no-humanos (como las plantas y los hongos) en nuestra salud e íntegra realización como humanidad, en particular vía las poderosas moléculas que producen y que amplifican la conciencia humana. 

De acuerdo a la filosofía perenne, que es el núcleo místico común de las grandes tradiciones espirituales del mundo, los seres humanos poseen al menos tres niveles de acceso al conocimiento: está el ojo de la carne, que revela el mundo material, concreto y sensual; el ojo de la mente, que revela el mundo simbólico, conceptual y lingüístico; y el ojo de la contemplación, que revela el mundo espiritual, trascendental y transpersonal. Estos no son tres mundos diferentes, sino tres niveles diferentes de nuestro mundo que se encuentran entretejidos y son revelados por diferentes modos de conocer y percibir. 

Según Ken Wilber, estos tres niveles se van desplegando de manera secuencial a lo largo de nuestra vida, de manera que de pequeños nos familiarizamos con el mundo material, para ir luego reconociendo la matriz cultural, simbólica e institucional a medida que crecemos. Sin embargo, pareciera que la sensibilidad a la dimensión espiritual no es algo a lo que todo el mundo acceda. Esto vale especialmente para nosotros nacidos en la cultura occidental, en que nuestras ciencias naturales y sociales niegan abiertamente lo espiritual, por un compromiso fuerte con el ateísmo y el materialismo, es decir, únicamente por lo que percibe el ojo de la carne, que justamente resulta ser lo más estable, predecible, que responde a leyes fijas de la naturaleza y que puede ser cuantificable por medio de instrumentos de medición.

Resulta aparente que la configuración de nuestra cultura y sus instituciones está marcada por el materialismo extremo, por aquello que ve el ojo de la carne. Esto se da tanto en la teoría económica, que reconoce al ser humano como individuo egoísta que busca maximizar su consumo de bienes, en la teoría de negocios que busca crear infinitos bienes de consumo y hábitos de consumo en sus clientes para maximizar ventas, pero también en el materialismo científico que reduce los fenómenos cualitativos de la experiencia únicamente a aquello que es cuantificable o medible. Desde la mirada de la filosofía perenne, nuestra cultura tiene una comprensión reducida de nuestra humanidad, y al descuidar e ignorar nuestro nivel espiritual, naturalmente esto genera efectos nocivos tales como el consumismo masivo, el industrialismo y el ecocidio, que nos deterioran tanto a nosotros mismos como a los ecosistemas de los que dependemos.

Así, desde Triagrama reconocen que "el Estado ignora nuestra dimensión más profunda, más íntima que es trascendente, que es espiritual, intangible."

Aquí resulta importante hacer la distinción entre espiritualidad y dogma religioso, pues la primera en general se trata más de una vivencia o una sensibilidad hacia algo que puede tener potentes efectos en nosotros, tal como una experiencia psicodélica o un sueño vívido. Se trata de un material sensible y experiencial que antecede toda conceptualización o simbolización.

El dogma, por otra parte, opera más desde el nivel puramente conceptual, en el sentido de que implica 'creer' y afiliarse a un sistema simbólico-conceptual de carácter rígido y predefinido, que condiciona una cierta interpretación del mundo. Los dogmatismos son recetas para el conflicto, pues por ejemplo si dos grupos viven una espiritualidad religiosa pero con distintos símbolos y terminologías, el aferramiento dogmático puede implicar la negación, la violencia y el rechazo mutuo, y por ende, la negación de la fraternidad humana. De esta manera, avanzar hacia una espiritualidad no dogmática implica reconocer lo multiforme, es decir, que la manera en que la sensibilidad hacia lo espiritual se manifiesta en la experiencia suele tomar formas extremadamente diversas, y que por ende no tiene sentido cerrarse a un solo símbolo o imagen y tomarlo como una revelación 'verdadera' o 'esencial', de manera que las demás revelaciones sean consideradas falsas o heréticas. 

Aun así, a pesar de las vastas diferencias, encontramos que los contenidos de este nivel espiritual suelen seguir temas comunes o transversales: el despertar de la conciencia humana; la conciencia ecológica y el cuidado de los ecosistemas; la naturaleza como organismo vivo e intencional; el amor como emoción fundamental; la regeneración y restauración de nuestra salud integral.

Las tradiciones del misterio en la Antiguedad, como sucedía en la Grecia de los fundadores de la filosofía occidental, tal como su nombre lo indica, giraban en torno a un misterio o enigma, es decir, algo que no puede ser asido o nombrado por el lenguaje y sus limitaciones. Este misterio o dimensión enigmática, cuyo acceso ha sido históricamente facilitado por medio del consumo de ciertas plantas y hongos que expanden la consciencia, ha estado generando efectos en la humanidad desde tiempos inmemoriales, en los valores y prácticas culturales, por lo que resulta insensato no reconocer esta vasta historia que finalmente nos apunta hacia nuestros orígenes en comunión con las plantas y los hongos. En nuestra cosmovisión occidental simplemente no sabemos de dónde venimos, pues asumimos la simplista hipótesis de que toda la evolución ha sido dirigida por la selección de los paquetes genéticos más aptos, y luego extrapolamos esta noción individualista y competitiva al capitalismo económico y la ciencia social.

Las experiencias enteógenas en general suelen poner en tela de juicio estos supuestos culturales y abrir el mundo a una multiplicidad de perspectivas que se condicen con lo multifacético y multidimensional que es el mundo. En especial cuando se disuelven las fronteras entre el adentro y el afuera, el 'yo' y el 'no-yo', entre mi conciencia y la conciencia de la planta u hongo. Mi convicción personal es que estas experiencias conducen a la conclusión de que no somos individuos autocontenidos y separados del entorno sino que somos canales de mediación con el mundo, es decir, somos estructuras de mediación que sostienen el encuentro simultáneo del adentro y el afuera, así como el tránsito de adentro hacia afuera y de afuera hacia adentro. Y una de las consecuencias de esta formulación es que la realización de nuestra humanidad se encuentra influenciada por una alianza indisociable con aquello que es no-humano: las plantas, los paisajes, el aire, el sol, la luna, los animales, etc. 

A su vez, esto nos conduce a reconocer que lo fundamental del dilema humano es una problemática de habitación: somos libres de habitar en un entorno artificial, tecnológico y consumista que nos conduce al materialismo y a la alienación, así como tenemos la opción de reconocer en el mundo natural una fuente inagotable de inspiración, beneficios para la salud física y mental, experiencias espirituales con sustancias que nos ayudan a mejorar y a integrar aquellos aspectos descuidados por nuestra cultura o durante nuestra infancia. Habitar esta clase de entorno, o bien abrir nuestro espacio personal para entrar en una alianza con los no-humanos resulta una tarea crucial en la que está en juego nuestra humanidad así como la habitabilidad de nuestro planeta.

¿Cómo reconocer estas dimensiones en la nueva constitución política? El panorama está por definirse. Sin embargo, el obsoleto enfoque prohibicionista que arrastramos históricamente ha criminalizado y aprisionado a las personas que han utilizado estas sustancias enteógenas para acceder a otros estados de conciencia, y es algo que debemos dejar atrás para así abrir un espacio en el cual entablar una relación fructífera con estas plantas y hongos de poder, pensando en la regeneración y la rehabilitación de nuestra humanidad que ha sido vulnerada y herida por guerras, dogmas, conflictos, abuso, represión y destrucción.

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