...donde quepan muchos mundos

Por Rodrigo Cáceres

* El artículo original (en inglés) fue publicado en la revista Forecast Journal

En uno de sus libros más emblemáticos, el antropólogo Arturo Escobar sostiene que “la sustentabilidad no puede limitarse únicamente a las dimensiones ambientales, económicas y culturales, dejando de lado los aspectos epistémicos y ontológicos” [1]. En efecto, se dice que la antropología contemporánea está atravesando un "giro ontológico" que ha significado revelar ciertas diferencias fundamentales entre culturas, que implican suposiciones de nivel básico sobre cuáles son los tipos de cosas de las que está hecho el mundo. Se dice que las sociedades capitalistas occidentales son 'dualistas' en el sentido de que tienden a separar o crear discontinuidades radicales entre sujeto/objeto, razón/emoción, cuerpo/mente, naturaleza/cultura, humano/no-humano, físico/mental, individual/social, etc. Como manifestación de este 'giro ontológico', la obra del antropólogo Philippe Descola, por ejemplo, revela cómo el concepto de 'naturaleza' es parte del patrimonio simbólico de Occidente, una noción inexistente en las culturas indígenas y tradicionales que él estudió ampliamente [2]. Adicionalmente, respecto a este concepto de 'naturaleza' específico de nuestra cultura, Marshall Sahlins ha señalado cómo nuestra teoría política está fundada profundamente en una teoría de una 'naturaleza humana avariciosa y contenciosa' (note cómo esta idea se sustenta en el concepto de 'naturaleza' ) y de un estado originario de guerra de todos contra todos (bellum omnium contra omnes), que ha dado paso a la teoría económica moderna, así como al modelo de "elección racional" donde existe un ser racional y egoísta que busca maximizar sus beneficios indiviuales. [3]

Podría decirse que el mejor lugar donde podemos comprender lo que está en juego en este nivel ontológico de diferencia es en la película "Avatar" de James Cameron, donde el conflicto entre el sustancialismo y la relacionalidad es más evidente. La película cuenta la historia de un grupo de terrícolas que llegan al planeta Pandora para colonizar y explotar sus valiosos recursos naturales. Los colonizadores de la película son, por supuesto, seres materialistas, sustancialistas y lucrativos, cuyos modos de pensamiento solo les permiten reconocer la existencia (material) del metal raro que esperan explotar con fines de lucro y la comunidad de habitantes de los bosques que se interponen en su camino como un obstáculo a superar. Los indígenas locales, por otro lado, son pensadores ecológicos-relacionales cuyo modo de comprensión les permite reconocer la red ecológica en la que están inmersos y en constante relación e intercambio, así como la existencia de un ser global que, a falta de un mejor lenguaje, podríamos designar como un 'espíritu', el espíritu de Eywa, un ser que surge de las relaciones simbióticas de los seres del bosque. Sin embargo, la cosmovisión sustancialista de los colonizadores no les permite imaginar o darse cuenta de la existencia de Eywa, y no pueden ver cómo, sobre la base de una red selvática de miles de millones de conexiones, un ser global puede emerger a un nuevo nivel ontológico (Eywa), con su propia personalidad y carácter distintivo.

¿De dónde proviene este fracaso para reconocer la existencia de Eywa? Es necesario notar que, en nuestro propio planeta, la ciencia y la lógica occidentales en la práctica han preferido sistemáticamente el análisis a la síntesis, la descomposición a la composición, las partes al todo. Esto lo expresa en una excelente metáfora el filósofo y etnobotánico Terence Mckenna: “si una persona fuera un despertador, el enfoque científico es el siguiente: romper el reloj, contar las piezas, encontrar la pieza más pequeña, romperla; luego cuenta las piezas pequeñas, encuentra las más pequeñas, rómpelas; cuenta las piezas, encuentra la más pequeña, rómpela ”y así sucesivamente. En la práctica esto ha significado “descender” en lo que entendemos por niveles -scópicos, es decir, adquirir comprensión sobre los niveles fisiológicos, biológicos, moleculares, atómicos, subatómicos y cuánticos. Si no podemos admitir la existencia de las personalidades de plantas u hongos es porque la lógica occidental es inherentemente analítica y no puede "subir" en estos niveles -scópicos; no puede tomar la dirección opuesta, la orientación sintética, holística, composicional o global.

Es importante recordar aquí que el reconocimiento de la existencia de la dimensión espiritual es muy común entre las comunidades indígenas, por imposible que parezca admitirla dentro del materialismo científico en el que crecimos los occidentales. En este sentido, el mesólogo y filósofo francés Augustin Berque está preocupado por trascender estos modos de pensamiento analíticos y reduccionistas que nos proporcionan una comprensión parcial, fragmentada e inadecuada de la realidad. Estos entendimientos parciales, materialistas, cuantitativistas y dualistas son los que provocan prácticas indeseables, como la destrucción ecológica, los estragos en el paisaje y los hábitats naturales y, en última instancia, la destrucción del mundo vivo.

Desde mi lectura del paradigma de la mesología (elaborado por Augustin Berque), que es un enfoque que propone un conjunto de principios lógicos y ontológicos que nos permiten superar la modernidad, considero que su perspectiva es totalmente compatible con la noción de pluriverso de Arturo Escobar. El pluriverso es un concepto que reconoce que cada especie viviente tiene su propia forma de componer o producir su propio mundo, sobre la base de nuestro suelo común como habitantes de la Tierra [4]. En esta comprensión, cada especie viviente compone su propio modo de conocer y percibir, así como distintas campanillas de viento producen un sonido diferente según su forma y material, "interpretando" el viento común que las atraviesa de formas novedosas y distintivas. Lo mismo ocurre con las diferentes culturas, ya que cada una de ellas habita un universo particular de símbolos, palabras, hábitos, convenciones y técnicas. Estos universos simbólicos modelan y dan forma a diferentes tipos de humanos, que tienen diferentes modos de conocer, percibir, habitar y comprender qué es el mundo.

A primera vista, pareciera que solo podríamos florecer a partir de esta diversidad de mundos producidos por los diferentes seres vivos, este pluriverso o mundo hecho de muchos mundos, ya que cada perspectiva enriquece el conocimiento total del mundo a la vez que permite reflexionar sobre nuestra propia perspectiva situada en un mundo específico entre muchos mundos. Esto se traduce en la profunda reivindicación del movimiento zapatista: “un mundo donde quepan muchos mundos”. De hecho, esto es una reivindicación del pluriverso, una lucha por habilitar un mundo donde puedan coexistir mundos diferentes, sin caer en el gesto de pensar en el mundo propio como 'el único mundo' y participar en lo que Humberto Maturana ha llamado una “pasión por cambiar al otro”, el deseo de convertir a los demás en la propia cosmovisión. Esta pasión por cambiar a los demás es lo más característico de la actitud colonizadora/imperial de las instituciones occidentales y, por ejemplo, su imposición de la noción de "desarrollo" como único horizonte posible para los esfuerzos humanos.

De hecho, una de las lecciones que considero que no ha sido aprendida dentro de nuestro mundo occidental es que los principales conceptos que son la base del discurso occidental, las categorías de 'desarrollo', 'consumo', 'producto', 'extracción', 'recurso natural' y 'economía' están todos situados dentro del contexto del universo simbólico occidental, su sistema de coordenadas conceptuales, y llevan consigo las características dualistas y cosificadoras de nuestra relación destructiva con la naturaleza. El lingüista Arran Stibbe ha demostrado, por ejemplo, cómo incluso esta idea de "desarrollo sustentable" que surge en un contexto occidental se describe en primer lugar como un "tipo de desarrollo", ya que la noción de sustentable sólo funciona como un adjetivo o modificador. Adicionalmente, Stibbe muestra cómo en la práctica esta noción termina transformándose en "desarrollo sostenido", que equivale a la noción de crecimiento económico continuo que nos ha conducido a la crisis ecológica actual [5].

Sostengo que esta lección, la idea de que los conceptos se sitúan dentro de una cosmovisión o cosmología específica, no se ha aprendido porque incluso instituciones supuestamente mediadoras como las Naciones Unidas hacen suyas estas categorías occidentales y las sitúan en un lugar central en sus discursos y paquetes de políticas, para así terminar ayudando a la expansión de la ideología occidental en las mentes y comunidades no-occidentales.

Debemos recordar que somos animales culturales en gran medida debido a nuestro uso del lenguaje. Las palabras resaltan lo que es importante para nosotros, lo que es real, hacia lo que debemos apuntar y, al mismo tiempo, definen implícitamente lo que no es importante, lo que no merece consideración y lo que no entra en el tejido de nuestras vidas. ¿Por qué no hemos tenido un cuestionamiento más profundo de las palabras que usan nuestras instituciones? Parecería sencillo que si atravesamos una crisis civilizatoria y cultural, un cambio en nuestros modelos lingüísticos cambiaría nuestras prioridades y avanzaría hacia una relación verdaderamente moral y solidaria con la naturaleza. Naturalmente, esto implicaría seguir un consejo fundamental de la IPBES (Plataforma Intergubernamental para la Biodiversidad y los Servicios Ecosistémicos) de "alejarse del actual paradigma limitado de crecimiento económico".

Si hay algo a lo cual asociarlo, este nivel ontológico que es el tema de este texto, concierne a nuestros modelos lingüísticos subyacentes de la realidad, modelos que dan forma y dan sentido a las prácticas que hacemos y la forma en que las hacemos. En otras palabras, nos moldean como individuos. Un cambio en nuestros modelos lingüísticos de la realidad no es algo fácil de hacer, ya que existen compromisos psíquicos profundamente arraigados de instituciones ancestrales como la filosofía, la ciencia y la política, que se basan en puntos de vista tradicionales y sus interpretaciones clásicas. Sin embargo, cambiar la forma en que pensamos, hablamos y actuamos para que nosotros y nuestras instituciones podamos admitir la posibilidad del pluriverso y una coexistencia armoniosa en él parece ser una visión inspiradora por la que vale la pena luchar.

Una última pregunta que surge de esta comprensión pluriversal se refiere a la posibilidad de comunicarse o mediar con habitantes no humanos del pluriverso. Me gustaría sugerir que esto es posible, específicamente a través de la ingestión de sustancias psicoactivas y psicodélicas. La evidencia arqueológica revela cómo numerosas sociedades antiguas de todos los continentes usaban sustancias psicodélicas para rituales y contacto con espíritus invisibles con fines como curación, adivinación, aprendizaje y autoconocimiento, entre otros.

Los psicodélicos han estado recibiendo cada vez más atención por parte de médicos debido a su potencial terapéutico. Por ejemplo, en un estudio reciente sobre el uso de N, N-dimetiltriptamina (comúnmente conocido como DMT) dirigido por el Centro de investigación psicodélica y de conciencia de Johns Hopkins, la mayoría de los encuestados informaron encuentros con seres autónomos descritos como conscientes, inteligentes, benévolos y que existían en una dimensión diferente de la realidad [6]. Este es solo un ejemplo de cómo la ingestión de ciertas moléculas puede transformar el cuerpo en algo así como una antena que puede sintonizar otras dimensiones del mundo espiritual. Su importancia es doble: por un lado abre la posibilidad de aprender de otros habitantes inteligentes del pluriverso, que tienen una perspectiva diferente a la nuestra. Y por otro lado, choca contra el modelo ontológico dominante de nuestra cultura, uno en el que generalmente se asume que los humanos son los únicos seres inteligentes y que la realidad en la que estamos inmersos es la única existente.

Al final, el tema central tiene que ver con un cambio en nuestro modo de pensar para que podamos darle un mayor abrazo al mundo, uno que no niegue, descarte o desprecie ciertas dimensiones del mismo por prejuicio, especialmente aquellas comprensiones que surgen de modelos lingüísticos parciales y dualistas que todavía llevamos como carga.

Notas

[1] Arturo Escobar. (2018). Sentir-penser avec la terre. Le Seuil.

[2] Philippe Descola. (2005). Par-delà nature et culture (Vol. 1). Paris: Gallimard.

[3] Marshall Sahlins. (2008). The Western illusion of human nature: with reflections on the long history of hierarchy, equality and the sublimation of anarchy in the West, and comparative notes on other conceptions of the human condition (Vol. 32). Prickly Paradigm.

[4] En la ciencia la noción de pluriverso encuentra su origen en la biología o biosemiótica de Jakob von Uexkull, y su distinción Umgebung/Uwmelten. donde Umgebung significa dato ambiental que es el suelo común que los seres terrícolas habitamos, mientras que Umwelten que significa mundos ambientes, son los universos de significado que cada ser vivo constituye de acuerdo a su historia y evolución.

[5] Arran Stibbe. (2015). Ecolinguistics: Language, ecology and the stories we live by. Routledge.

[6] Davis, A. K., Clifton, J. M., Weaver, E. G., Hurwitz, E. S., Johnson, M. W., & Griffiths, R. R. (2020). Survey of entity encounter experiences occasioned by inhaled N, N-dimethyltryptamine: Phenomenology, interpretation, and enduring effects. Journal of Psychopharmacology.

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