La deconstrucción del pensamiento conservador
Por Rodrigo Cáceres
"El mundo está hecho de palabras. Y si conoces las palabras de las que está hecho el mundo, puedes hacer de él lo que desees". - Terence Mckenna
Esta es una de las tantas enigmáticas frases que nos dejó el filósofo y activista psicodélico Terence Mckenna (1946-2000). Pero ¿qué significa? ¿Tendrá algún sentido profundo? Sin duda el lenguaje y las palabras son una de las tecnologías más sofisticadas que poseemos, permiten la comunicación de complejos de significado a distancia, no contaminan, nos permiten reflexionar sobre nuestras acciones, planear cursos de acción, así como también pueden convertirse en un arma para herir a otros, justificar atrocidades y maltratos.
¿Un mundo hecho de palabras? Quizá como un primera forma de acercarnos a esta pregunta, podríamos pensar que la historia del pensamiento, al menos en Occidente, ha estado guiada por ciertas palabras que han fascinado a nuestros antepasados, quienes animaron y dieron nacimiento al pensamiento que nos gobierna: los griegos. De los griegos heredamos ciertas palabras y nociones que animaron su reflexión, su retórica y su filosofía. Entre ellas encontramos, por ejemplo, las nociones de la 'búsqueda de la verdad y el conocimiento' que son la semilla de la ciencia moderna. Si vamos al diccionario de filosofía de Stanford, la entrada que corresponde a la palabra 'verdad' nos explica lo siguiente:
La verdad es uno de los temas centrales de la filosofía. También es uno de los más grandes. La verdad ha sido un tema de discusión por derecho propio durante miles de años. Además, una gran variedad de cuestiones filosóficas se relacionan con la verdad, ya sea basándose en tesis sobre la verdad o suponiendo tesis sobre la verdad.
Además de esta potente atracción y fascinación por la palabra 'verdad', los griegos nos han heredado igualmente la noción de 'naturaleza' como un mundo objetivo e independiente del observador; la 'psyché' o alma racional; la 'sustancia' o el 'ser' de las cosas; así como la 'esencia' de una entidad, que se define como aquello que hace que una cosa sea lo que es.
Probablemente sin estar conscientes de ello, algunas de estas nociones básicas de los griegos dieron luz a lo que he llamado el 'pensamiento estático' o la 'filosofía estática', que es un modo de pensar según el cual uno cree poder -a través de las palabras- describir literalmente cómo las cosas son, como si estuviese apuntando a una referencia externa, estable e independiente de quien hace la descripción, mientras que se desestima la transformación y el cambio que enfrentan los fenómenos. Lo designo como pensamiento estático por la relación específica con el tiempo que ocurre por medio de vocablos como 'natural', 'esencial' y el verbo 'ser' en el tiempo presente (es, son, somos). Como veremos, estas formas lingüísticas tienen la tendencia a petrificar o congelar nuestra comprensión del mundo, conduciéndonos a ignorar sus constantes procesos de transformación así como la transformación de sus habitantes.
Por ejemplo, digamos que con esta actitud del naturalismo griego comienzo a observar una oruga y describo su fisonomía en palabras (la oruga es así, así y asá), para luego volver en un tiempo futuro y darme cuenta de que ya no hay oruga sino crisálida, y que las descripciones que hice inicialmente ya no son válidas. Vuelvo aún más tarde, para encontrarme que la crisálida está vacía y que hay una mariposa que vuela y cuya fisonomía no se asemeja en nada a ninguna de sus fases anteriores. En otras palabras, si los seres están en transformación, ¿tiene sentido preguntarse cómo las cosas son?
A esta pregunta, el pensamiento occidental ha respondido implícitamente que sí tiene sentido, y se han establecido, por ejemplo, teorías sobre el ser humano que insisten en que somos seres egoístas y ávidos de poder que tienden al conflicto y a caer bajo el hechizo de nuestras pasiones incontrolables (Sahlins 2012). Sin embargo, decir que 'somos' de esta manera en un sentido último, esencial e inevitable, lo que hace en la práctica es petrificar y rigidizar un solo estado posible de la conciencia humana, entre una multiplicidad de posibles estados alternativos de conciencia: ser amorosos, ser esforzados, ser cuidadosos, ser respetuosos, ser graciosos, etc. De esta manera, en este caso decimos que la consciencia es un fenómeno multimodal (es decir, que adopta distintas modalidades en distintos momentos) que, por medio del lenguaje, se tiende a reducir a un solo estado particular y asegurar que ese estado es 'natural' o 'esencial' a nuestra humanidad, tratando a todo el resto de los estados de consciencia como derivativos, secundarios o simplemente irrelevantes.
Por extensión, el pensamiento estático que llega por medio de estas palabras como el 'ser', lo 'natural' y lo 'esencial' está vinculado estrechamente al conservadurismo, el moralismo, la discriminación y, en ciertas circunstancias, al negacionismo. Esto sucede en la medida en que por medio de palabras como 'naturaleza' y 'esencia' podemos hacer, tal como lo han hecho muchos filósofos y pensadores, afirmaciones como por ejemplo que por naturaleza la mujer es inferior al hombre (Aristóteles), que por naturaleza el hombre es superior al resto de los animales y plantas (Descartes), y dar lugar lo que se ha llamado la antigua teoría del 'orden natural', también llamada 'la gran cadena de los seres', la cual provee al hombre una justificación de base para ejercer dominación y explotación del mundo natural.
Así, lo que hacen este tipo de términos como esencia y naturaleza es anclar el pensamiento respecto a un cierto punto de referencia que se categoriza como 'natural', pero que, sin embargo, luego de un análisis más detenido notamos que ese punto de referencia está constituido por medio de una historia de condicionamientos culturales y preferencias no necesariamente justificadas. Como lo describe el filósofo Augustin Berque, por medio de nociones como el 'ser', lo 'natural' y 'esencial', lo cultural se disfraza de natural, lo habitual se disfraza de permanente, y la multiplicidad de lo posible es reducida a una certeza limitada de lo que es 'real' o 'natural'.
Por otro lado, el uso de estos términos como esencia y naturaleza, al anclar el pensamiento a un estado fijo, no nos otorgan ninguna visión evolutiva sobre la dirección o el sentido de la transformación de los seres humanos. Si de un lado tenemos lo esencial y lo natural como puntos de fijación estáticos, del otro lado tenemos la dinámica, la génesis y metamorfosis que es propia del universo y de los seres vivos. En otras palabras, de un lado tenemos determinismo, y del otro, apertura a las posibilidades de transformación.
En este sentido, el conservadurismo (en su sentido general e incluyendo el conservadurismo político) es doblemente una amenaza para el pensamiento humano. Por una parte, porque los lenguajes estáticos y naturalistas son una inmensa ancla para rigidizar el pensamiento, es decir, son potentes frenos a la evolución del pensamiento humano, pues confunden una creencia contingente y culturalmente situada por una realidad permanente. Si el pensador estático cree que algo es naturalmente de cierta manera (ya sea una creencia sobre lo que es el ser humano, la familia, la sexualidad, la libertad, el rol de la mujer, la procreación, etc.), entonces el conservador puede descansar indefinidamente en esa certeza lingüística, independientemente de lo que esté sucediendo o cambiando alrededor de él o ella.
A su vez, cada vez que algo o alguien tenga una práctica que diverja de la noción estática de lo que es natural y cómo las cosas deben ser, para el pensador estático la negación del otro y su maltrato se vuelve justificable y en cierta medida deseable para poder restringir y realinear los comportamientos respecto a la norma.
"El fascismo es el futuro resistiéndose a nacer" - Aneurin Bevan
Y podemos ver que esto es cierto, por ejemplo, por la perseverancia histórica de las creencias y prácticas patriarcales respecto a la superioridad del hombre por sobre las mujeres, la superioridad del humano por sobre el resto de los seres vivos, visiones sobre la familia, y así sucesivamente.
En su ‘Ocaso de los Ídolos’, Nietzsche también se revela contra el pensamiento estático en la filosofía cuando plantea que: “Todo lo que los filósofos han venido manejando desde hace milenios fueron momias conceptuales; de sus manos no salió vivo nada real. Matan, rellenan de paja, esos señores idólatras de los conceptos, cuando adoran, —se vuelven mortalmente peligrosos para todo, cuando adoran. La muerte, el cambio, la vejez, así como la procreación y el crecimiento son para ellos objeciones, —incluso refutaciones. Lo que es no deviene; lo que deviene no es…”. Hacer filosofía en este sentido estático sería equivalente al oficio de construir momias, de elaborar nociones que se desconecten del devenir del mundo y que puedan superar el paso del tiempo, pero con la desventaja de estar ‘rellenas de paja’. En este sentido, ¿no son las palabras otro tipo de momias? Inscritas en el papel o en el material que sea, parecen sobrepasar el tiempo y las distintas épocas. ¿Qué hay, por ejemplo, de estas momias de ‘lo natural’ y ‘lo esencial’ de las que hemos hablado?
Esta mirada nos lleva incluso a portar una desconfianza lingüística respecto a la noción de 'realidad'. En la primera línea de uno de sus artículos más influyentes, Humberto Maturana asevera que "la pregunta más central a la que se enfrenta hoy la humanidad es la pregunta sobre la realidad" (Maturana 1988). Sin embargo, incorporar al lenguaje en nuestra comprensión de la 'realidad' nos llena de paradojas. Por ejemplo, esta misma noción de un ser humano egoísta y que busca únicamente su beneficio personal es una noción reduccionista que ha sido transmitida por medio de palabras (en forma de teorías y relatos) y así se ha ido reforzando históricamente y tomando materialidad (Sahlins 2012). Por ejemplo, esta noción se ha realizado por medio de regulaciones e instituciones económicas que promueven el individualismo, el neoliberalismo económico, la codicia y la acumulación de capital como valores a perseguir. La tal llamada 'realidad' está modulada y mediada por el lenguaje y las palabras, según esta misma fórmula según la cual lo cultural y lo lingüístico se disfraza de natural.
¿El mundo está hecho de palabras? ¿El lenguaje crea realidad? Quizá en este caso particular podríamos invertir la fórmula y decir que el lenguaje es un creador de ilusiones, tal como la que le da el título al libro de M. Sahlins, el antropólogo que la denuncia: "La ilusión occidental de la naturaleza humana": esta maligna noción de que en lo más profundo del humano hay un deseo de poder y un egoísmo que constituye nuestro aspecto 'esencial'.
Pero ¿Qué hay entre la realidad y la ilusión? Entre estos extremos, quizá podemos situarnos en una posición intermedia al decir que, más que una 'realidad' (sustantivo), el carácter dinámico del mundo en que habitamos parece más un 'proceso de realización' (verbo) que se encuentra fuertemente influenciado por el poder de ciertas palabras y nociones que se arraigan en la psiquis cultural. El pensamiento estático que ha tomado especial poder en nuestra cultura ha servido de base para supuestos conservadores que nos aferran a una cierta representación de las cosas, pero que finalmente termina siendo una receta para el conflicto humano. Sin embargo, al tratarse un proceso abierto, entendemos que esto no necesariamente tiene que ser así, que pudo haber sido de otra manera y que puede ser de otra manera, en que otros símbolos y nociones menos reduccionistas, capturadoras y más abiertas o receptivas a la complejidad, la creatividad y la belleza del mundo puedan guiar el pensamiento colectivo hacia entendimientos y prácticas progresivamente más holísticas, armónicas y abarcadoras.
Referencias
Maturana, H. R. (1988). Reality: The search for objectivity or the quest for a compelling argument. The Irish journal of psychology, 9(1), 25-82.
Sahlins, M. D. (2008). The Western illusion of human nature. Chicago: Prickly Paradigm Press.
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