Dos modalidades de consciencia (una convergencia teórica)

por Rodrigo Cáceres.

Hace ya bastante tiempo que vengo sosteniendo un proceso prolongado de lecturas, pasando por muchos autores, disciplinas y tradiciones, y en algún punto comencé a darme cuenta de que autores muy dispares estaban en realidad hablando de los mismos temas pero con sus propios lenguajes y terminologías. Podían provenir de orígenes, regiones y disciplinas muy dispares, pero aún así, a pesar de estas diferencias, me parecía que convergían en la misma idea central, como distintos cauces que confluyen en el mismo río. 

¿Qué significa esta convergencia? ¿Por qué ocurre? 

En este ensayo quisiera retratar una de estas convergencias que he logrado identificar, y me parece que para el lector la mejor forma de evaluarla será desde un criterio de sentido, es decir, qué tanto esta narrativa coincide con su propia experiencia de vida. 

En lo fundamental, el tema tiene que ver con la identificación de dos modalidades de consciencia a las que los seres humanos podemos acceder; y de cómo una de ellas ha tomado un lugar dominante en nuestra época, causando una serie de efectos nocivos para nosotros y nuestro entorno. 

Mi primer encuentro con esta idea tuvo lugar en mi lectura del trabajo de Francisco Varela, neurobiólogo y pensador chileno que desde sus inicios se cuestionó sobre los fundamentos de los seres vivos y lo que permite que podamos conocer el mundo. En su recorrido intelectual, Varela terminó interesándose por la fenomenología de Husserl (el estudio de la experiencia vivida) y por cómo las prácticas meditativas de Oriente parecían generar un modo diferente de estar en el mundo. En su libro más famoso, "La mente encarnada" (The Embodied Mind, 1991) que escribió junto a Evan Thompson y Eleanor Rosch, contaba la historia de cómo la tradición occidental ha tendido a pensar en la mente racional como una cuestión separada del mundo material, como una facultad que nos permite adquirir conocimiento del mundo externo, asumiendo así las correspondientes separaciones entre lo interno y lo externo, entre la mente que representa y la naturaleza representada; y la división entre sujeto y objeto, dualidades que han sido elaboradas por los filósofos clásicos (Platón, Aristóteles, Descartes), dejándonos un mundo separado por fronteras infranqueables. 

Este libro fue uno de los textos más novedosos en el ámbito académico que logró hacer un contraste entre las teorías occidentales de la mente frente a cómo las tradiciones budistas entienden la mente a partir de la práctica meditativa (haciendo el foco en el budismo zen, el cual Varela practicó durante mucho tiempo). Eran bien conocidos los encuentros que Varela y sus colegas organizaron entre científicos y lamas budistas, en los que se sostenían conversaciones sobre la mente, la consciencia y sus características. Este diálogo entre Occidente y Oriente fue uno de sus aportes más importantes, esta apertura de espacios para construir puentes que nos permitieran entendernos entre formas muy diferentes de pensar y de vivir. 

En lo nuclear, a mi parecer Varela quería rebelarse contra lo que Heidegger llamaba la "actitud teórica", el modo de consciencia en que parecemos estar encapsulados en un reino mental interior, habitantes del lenguaje, las descripciones y las teorías, pero que al habitarlo tendemos a abstraernos de nuestros contextos, de nuestra corporalidad, de lo simbólico y de la ecología de seres vivos con los que convivimos. Su puerta de salida fue la práctica meditativa, puesto que con ella justamente puede trabajarse en hacer un contacto mucho más profundo con la propia corporalidad, con el propio sentir y la inmediatez de la experiencia directa. Es muy interesante que su cercana relación con el budismo lo haya incluso hecho girar en las temáticas de sus escritos. Varela fue siempre un escritor muy científico, un hombre de métodos y experimentos, pero ya uno de sus últimos libros gira hacia el pensar sobre el significado de la vida ética (Ética y acción. 1996. Dolmen ediciones), un tema muy tratado por las tradiciones budistas en el llamado camino óctuple.

Ya podemos dejar a Varela, pero quedémonos con esta idea de una búsqueda de una modalidad de consciencia diferente, una que esté más auténticamente encarnada en el mundo y en el momento presente.

El segundo texto que quisiera presentarles es sin duda el más difícil y largo que me ha tocado leer, y seguramente lo que les pueda contar de él es una versión muy reducida de la riqueza y densidad del cuadro que nos dibuja. Es una historia sobre los dos hemisferios de nuestro cerebro (de aquí en adelante, HI para hemisferio izquierdo y HD para hemisferio derecho), y de cómo cada uno de ellos se relaciona con una forma particular de comprender el mundo. En "El maestro y su emisario" (The master and his emmisary, 2009), Iain McGilchrist, psiquiatra de profesión, aparentemente como el fruto de un trabajo de veinte años, se hace cargo de revisar la abismante evidencia científica en torno a las diferencias hemisféricas, no para divulgar versiones populares y falsas de que el HI sería el de la razón y el HD de la emoción, o de que el lenguaje estaría situado exclusivamente en el HI. 

El argumento que realiza es mucho más matizado, planteando que efectivamente existen diferencias profundas entre ambos hemisferios, pero que éstas son de otro orden. El HD se encuentra mucho más involucrado en aspectos como la comprensión del lenguaje corporal, la apreciación de la singularidad, la música y la temporalidad, el sentido del humor, la intuición y la capacidad de sostener una atención amplia y prolongada en el tiempo. En contraste, el HI está mucho más involucrado en el ámbito de la abstracción, las teorías (entre otras cosas, la filosofía), la clasificación y categorización conceptual, el literalismo y con una comprensión estática de los fenómenos, tiende a desagregar los fenómenos en partes separadas y posibilita una atención estrecha y focalizada. 

Como lo resume Ellis:

"El HI es más autorreferencial e independiente, teniendo más enlaces sinápticos consigo mismo. El HD, por otro lado, tiene más vínculos externos y coordina la acción entre los dos hemisferios. [...] El HI tiende a asumir que los objetos tendrán propiedades duraderas: piensa en términos de tipos y categorías. El HD, por otro lado, trata cada nueva experiencia como nueva y trata a cada objeto o persona como un individuo único. El significado para el HD es contextual, mientras que para el HI es parte de un sistema cerrado de representaciones. [...]

El HI es dogmático, extrae conclusiones erróneas a partir de evidencia limitada y se apega obstinadamente a ellas, mientras que el HD siempre está abierto a nuevas evidencias. El HI está gobernado por reglas y es inflexible, mientras que el HD puede tolerar la ambigüedad y puede mantener diferentes posibilidades juntas imaginativamente, sin juicios prematuros. La certeza del HI está relacionada con su estrechez de enfoque: tiene que limitar las opciones para enfocarse de manera efectiva y actuar en un punto. La apertura del HD, por otro lado, le permite responder a peligros y dificultades inesperadas."

En su libro, McGilchrist argumenta que en la historia humana ambos hemisferios han pasado por procesos particulares de desarrollo, en función de los contextos culturales en los que han evolucionado, dando por resultado ciertas épocas de la historia en que un hemisferio tiene una presencia dominante respecto al otro, lo que se manifiesta en ciertos modos de actuar, en los valores imperantes, así como en actividades como el arte y la filosofía.

Según McGilchrist, el mundo que se ha constituido con la modernidad es el mundo del hemisferio izquierdo, dominado por el utilitarismo, por las formas repetitivas y mecánicas de la burocracia, por una relación instrumental con la naturaleza que está causando la devastación global de los ecosistemas, por la polarización de las creencias y opiniones políticas o religiosas, y por un dominio de lo explícito y lo factual por sobre los dominios de lo implícito: los valores, la ética y la belleza, que se han visto en buena medida borrados del discurso público.

McGilchrist afirma que este predominio del HI y las múltiples crisis en las que nos tiene sumidos es una situación que debe revertirse, para volver a encontrar el sentido y la dignidad en la existencia humana comprendida de manera integral, enfatizando que el HI es un buen servidor pero un muy mal maestro, y que el HD debiese retomar su lugar primordial en el mundo que configuramos de manera colectiva. 

¿Será que el mundo del HD de McGilchrist es 'la mente encarnada' de Varela?

Como lectura más reciente, me topé con el libro 'La magia de los sentidos' (The spell of the sensuous, 1996) de David Abram, un filósofo y aficionado a la magia que nos acompaña en su viaje alas comunidades autóctonas de Nepal y cómo en esos suelos descubrió una relación mucho más directa y cercana con las aves, los animales, las plantas y el paisaje, narrándonos cómo sus sentidos se agudizan y sintonizan con las texturas y formas de los llamados de las aves, los movimientos de las estrellas, en una relación recíproca con el mundo natural que lo rodeaba. 

"Atrapados en una masa de abstracciones" comenta Abram, "y con nuestra atención hipnotizada por una serie de tecnologías humanas, es demasiado fácil para nosotros olvidar nuestra inherencia carnal en una matriz más-que-humana de sensaciones y sensibilidades. Nuestros cuerpos han sido formados en una delicada reciprocidad con las múltiples texturas, sonidos y formas de la tierra animada- nuestros ojos han evolucionado en sutil interacción con otros ojos, como nuestros oídos están sintonizados en su estructura misma con los aullidos de los lobos y el graznido de los gansos. Desconectarnos de estas otras voces, continuar con nuestros estilos de vida condenando a estas otras sensibilidades al olvido de la extinción, es robar a nuestros propios sentidos de su integridad, y robar a nuestras mentes de su coherencia. Nosotros somos humanos solamente en contacto, y en convivialidad, con aquello que no es humano."

De vuelta a su hogar en Estados Unidos, Abram nos comenta cómo con el recomenzar sus actividades en la academia y en relación con otras personas en entornos científicos, comenzó a perder estas sensibilidades hacia el mundo natural y esta capacidad para entrar en una interacción intersubjetiva con aves o ardillas, transitando a verlos como objetos privados de conciencia, con la mirada distanciada propia de la cultura occidental. En sus propias palabras:

"mientras el paisaje sintiente y expresivo lentamente quedaba atrás dentro de mis preocupaciones más exclusivamente humanas, comencé a sentir como si estuviese siendo cortado de fuentes vitales de nutrición [...] Estaba en efecto aclimatándome a mi propia cultura, sintonizándome con sus estilos de discurso e interacción, pero mis sentidos corpóreos parecían perder su agudeza, volviéndose menos despiertos a cambios sutiles y patrones."

La perspectiva de Abram es, por supuesto, ecológica, y nos apunta a cómo esta mente encarnada o este mundo del hemisferio derecho tiene una relación mucho más profunda, sintiente y recíproca con el entorno natural, con sus texturas y sus intensidades, a partir de la cual el autor puede cuestionar el mundo de abstracciones de la mentalidad occidental, que estaría mucho más en sintonía con los conceptos y las categorías que ordenan el mundo, pero anestesiado a las fuerzas afectivas y sensibles que operan en una dimensión más primal y originaria de nuestra consciencia.

Quizá a primera vista esto nos puede llevar a renegar de lo racional y lo abstracto, buscando refugiarnos en las profundidades del sentir y de la apertura a la corporeidad que nos trae el hemisferio derecho. Sin embargo, ambas modalidades de consciencia tienen un rol que cumplir en nuestras vidas. La dificultad surge, tal como lo sugiere McGilchrist, cuando la mentalidad abstracta y de los universales se arroga a sí misma una autonomía e independencia total, inflándose y situándose en un lugar que no le corresponde, lo cual resuena con estas palabras de Juanjo Piñeiro:

La razón puede ser un obstáculo para internarse en el misterio, pero puede ser también una herramienta para aumentar nuestro conocimiento de la realidad, y llegar a transcenderla. Al igual que con el ego, nuestro problema ha sido usarla para cosas que no son su función.

Referencias 

Varela, F. J., Thompson, E., & Rosch, E. (2017). The embodied mind, revised edition: Cognitive science and human experience. MIT press.

McGilchrist, I. (2019). The master and his emissary: The divided brain and the making of the western world. Yale University Press.

Abram, D. (2012). The spell of the sensuous: Perception and language in a more-than-human world. Vintage.

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